El amor de Dios en el perdón, Salmo 130

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Es un salmo en el que se clama por un perdón que iba a otorgar la sangre vertida de una inocente que cargaban los peregrinos en su viaje. Este corderito pagaría sus pecados, siendo una sombra de lo que Cristo haría por nosotros.

Como vimos en el salmo anterior, la justicia de Dios se imparte en un juicio. Y si a esto le añadimos que no hay justo ni siquiera uno en la tierra (Rom. 3:10), entonces: 1) O se celebra un juicio justo para que nuestra injusticia quede manifiesta o 2) Antes que empiece el juicio se acepta el perdón que ofrece el Juez a todos aquellos que se consideren culpables. Es sobre esta base de la justicia de Dios, que el salmista dará el siguiente paso.

Sabe que el impío está condenado porque su pecado le lleva a la muerte, y también sabe que todos podemos ser destruidos, porque es una justicia que nadie puede alcanzar por sus propios méritos. En otras palabras, nadie podría librarse.

Tal vez nadie de aquí está en contra del pueblo de Dios, pero tal vez sí hemos afligido al pueblo de Dios de alguna manera, por ejemplo, al menospreciar a algún hermano, al maltratar a su cónyuge o hijos, al no mostrar amor por los hermanos. El Juez está en su estrado tomando nota sobre cada cargo que está presentando en nuestra contra el fiscal (Satanás), y saber que no tenemos pruebas para demostrar lo contrario o atenuar nuestra sentencia, nos hace pensar en que aquel día seríamos incapaces de permanecer en pie ante tanta vergüenza expuesta públicamente. Nada se esconde, todo se expone. Ante estos hechos, el Juez, si es que es justo, no tendrá más remedio que dictar una sentencia de culpabilidad.

Qué vergüenza si se expusieran mis pensamientos y obras más sucias grabadas con una cámara, o mis insultos, mentiras y gritos que he dado a quienes más amo. Afortunadamente el salmo nos presenta un PERO. Es decir, que podemos ser librados de esa vergüenza. Ese “pero” cambiará toda nuestra vida.

¿Por qué Dios habría de conceder un perdón que le costaría a Él mismo un precio altísimo, y regalárselo a hombres que lo odian y se revelan todos los días contra Él su pueblo, que no quieren saber nada de Él? Simple e incomprensiblemente por el eterno amor que tiene hacia ser humano que ve caído y quiere levantar, amor y misericordia que se materializaron en una cruz para cualquiera que lo quiera aceptar. Este amor de Dios es lo que este hombre clama y canta en el salmo.

Dos grandes lecciones: EL GRAN DOLOR QUE LE PRODUCE EL PECADO AL SALMISTA, Y  EL INMENSO AMOR DE DIOS AL PERDONARNOS

El reconocimiento de mi pecado y su la confesión, provocan el milagro de levantar a un cojo que no paraba de arrastrarse por el suelo, y lo levanta hasta la mismísima presencia de Dios para ser perdonado, sanado y restaurado.

 

I.  (V. 1-2) RECONOCIMIENTO DE SU DESASTROSA SITUACIÓN

a) Solo desde lo más abajo del abismo es de donde se puede clamar. Aunque en muchas ocasiones pedimos y oramos, solo en este estado de angustia somos capaces de CLAMAR, pues, nadie clama desde el confort. Es un grito al cielo, no está pidiendo ni orando, está suplicando desde lo profundo. No por materia, sino por el pecado. Si nuestro pecado no nos hace descender a lo profundo de la desesperación… significa que no hemos entendido la gravedad del pecado.

b) Al principio nombramos algunos pecados que cometemos, y lo vergonzoso que sería que fuesen expuestos, esta es la imagen que tenía el salmista en su mente. A los incrédulos esto no les importaba, porque ni creen en Dios. Y muchas veces, nosotros no consideramos esto porque sabemos que nuestros pecados son tirados a lo más profundo del mar y son borrados, como si nunca hubieran existido. Pero para que esto ocurra, debemos reconocer nuestros pecados y clamar por un perdón que no merecemos, y que sea antes del juicio.

c) Es bueno, de vez en cuando, estar en lo profundo, es ahí solamente donde alguien podrá ser quebrantado y buscar a Dios en humildad para ser restaurado por Él (Is.57:15).

 

II.  (V. 3-4) CONFESIÓN CON ARREPENTIMIENTO

a)  Es tanta la necesidad que tiene de que Dios le escuche, que ni ora ni pide, solo clama y suplica, esta es la demostración de que está realmente arrepentido. Y lo más importante aquí es el “PERO”, lo cual le permite levantarse, es lo que nos da esperanza de ser perdonados.

b)  El pecado. Es iniquidad, algo que desajusta la creación de Dios y su voluntad. Dios crea con propósitos, y el pecado arruina esos propósitos. Es infracción a la ley.

El pecado siempre es contra Dios (Salmo 51:4), y esta a su vez afecta a su creación. Lo peor es que el hombre decide no atender este problema, tratando de hacer caso omiso, por su orgullo.

c)  El perdón. Es olvidar una ofensa pagando un precio por ello. Es sufrir uno mismo la ofensa de quien me ha ofendido. Dios es el único que puede perdonar pecados, pero no significa mirar hacia el lado, no incumplirá su propia justicia.

d)  ¿Cómo lo hace? Dios resuelve este dilema, sometiéndose voluntariamente a pagar el precio puesto en su propia justicia, Heb. 9:22 lo pagó con sangre. 1 Juan 1:8-2:4

e)  Para que sea reverenciado. Originalmente dice: para temerle. No es tenerle miedo, porque no tendría sentido el pasaje. El perdón produce alegría y descanso, y eso va acompañado con la idea de que Dios puede destruirme pero que ha optado por perdonarme, y eso hace que yo lo adore por la gratitud que me produjo su amor, y no vamos a querer volver a caer.

f)  Cuando alguien clama por su pecado, yo estoy seguro que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom. 8:38-39).

 

III.   (V. 5-6) ESPERA CONFIADA EN LA MISERICORDIA DE DIOS

a)  Debemos aprender a esperar después que oramos. Esta es una parte clave, estar expectantes a lo que Dios tiene para decirnos después de habernos dirigidos a Él. Si el Señor nos hace esperar es porque significa algo bueno para nosotros, por eso debemos aprender a esperar. La espera produce mayor santificación, ayuda a moldear nuestro carácter, y también nos hace valorar más aquello que se pide.

b)  Además enseña cómo “esperar esta espera”. “Esperó mi alma”, no su mente, porque con su mente bastaría solo con leer la palabra de Dios, pero con su alma implica una espera con pasión. Hay entendimiento de que llegará, pero también hay fervor.

Hay una espera con anhelo, sabiendo que llegará. Cuando un vigía vela por la ciudad, lo que más desea es que aparezca la luz del día para que los peligros desparezcan, la espera con ansiedad. Las tinieblas de este vigía (los pecados), desaparecen con la luz del día (el perdón).

Si no lo espero así, es porque no he visto la gravedad de mi pecado.

Si alguien desea el perdón de Dios con estas ansias, aparte de recibir el perdón, Dios le dará el experimentar la gracia de su misericordia con la convicción de que ya ha sido perdonado a través del Espíritu Santo.

c)  Ante la asquerosidad de mi pecado, tengo dos opciones: 1) Pedir perdón ritualmente porque confiamos en nuestra propia justicia, o 2) clamar porque no confiamos para nada en nuestra propia justicia.

Lucas 18:9-14

 

IV.   (V. 7-8) EXHORTACIÓN A ISRAEL

a)  Este peregrino le recuerda a sus compañeros que debemos pedir misericordia, no justicia, porque eso nos condena, más bien misericordia, que Dios se compadezca de nosotros.

b)  Él redimirá a Israel, el Israel espiritual.

 

CONCLUSIÓN

Dios tiene misericordia cuando nadie la entrega, recordemos a Jesús y sus encuentros con los pecados. Él los amó, los abrazó y les perdonó sus pecados.

Por eso mismo, vivamos felices, porque tenemos perdón, nadie podrá condenarnos, porque no podrán separarnos del amor de Cristo. Romanos 8:28-39

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